LA GEBERA. ENIGMAS, FRUSTRACIÓN Y UN HILO DEL QUE TIRAR…

En muchas ocasiones, la opción más inteligente es la de encogerse de hombros y asumir la propia ignorancia. Y esta es una de ellas. Teníamos referencias de unas misteriosas minas en los límites de Alboloduy y Santa Cruz de Marchena, en el paraje denominado La Gebera. Al parecer, podrían existir indicios de galerías romanas del mismo tipo que las de Las Médulas, en León. Mediante la afluencia masiva de corrientes de agua subterráneas se hacía reventar el terreno para poder retirar después el mineral a cielo abierto. ¿Estaríamos ante algo parecido? Para colmo, allí mismo existen restos de un asentamiento ibero y se ha encontrado cerámica romana.
Tras recorrer buena parte del paraje de la Gebera, tenemos que admitir que hemos visto muchas cosas, pero que no tenemos ni la más remota idea de qué pueden tratarse. Ojalá alguien con más conocimiento que nosotros pueda algún día desentrañar aquello que intuimos que está ahí, pero que se nos escapa.
Comenzamos nuestro recorrido en la aldea del mismo nombre, junto a la rambla de las Alcubillas, en pleno Camino Real de Almería a Granada, y vía principal de salida de nuestra provincia hacia la ciudad vecina durante muchos siglos. La primera sorpresa son unas gigantescas escombreras grises al borde mismo del camino. Ninguna planta, por minúscula que fuese, crece en ellas. Su textura es una mezcla de arena y pequeñas piedras pizarrosas o de cuarzo, pero resulta evidente que se trata de los restos del tratamiento de algún tipo de mineral. En la parte más alta de las mismas, donde debería estar la respuesta a la propia existencia de las mismas, no hay nada más que un bancal bastante desolado. Ni instalaciones de beneficio, ni hornos, ni balsas, ni nada. A su pie, y casi sepultadas por las escombreras, están las ruinas de un viejo cortijo tradicional almeriense, que pareciera hubiera sido abandonado de repente por sus moradores. ¿Qué fue antes, el cortijo o las escombreras?

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Remontamos el barranco de la Gebera, a duras penas, hasta dar con un pequeño sendero de pastores. Pronto comienza a ser evidente la proliferación de escombreras de textura parecida a las anteriores, pero de pequeñas dimensiones y, a diferencia de aquellas, sin indicios de haber sido lavado el mineral. De nuevo, lo sorprendente es lo que no vemos: ni pozos, ni rozas, ni galerías.
En el curso medio del barranco nos topamos con un paisaje algo diferente. Aparecen nuevas escombreras, pero de rocas grandes y amarillentas. Se trata de calcarenitas, y están repletas de fósiles (púas de erizo, almejas y otros bivalvos…) Recordar que nos encontramos en la depresión intermedia que separa Sierra Nevada de la de los Filabres, y que en tiempos remotos estaba sumergida. La forma de amontonarse las piedras no parece casual, formando montones o “pasillos”. Justo al pie del barranco vemos las ruinas de una construcción, de la que apenas quedan las paredes. Un pequeño acopio de mineral de hierro vincula estos restos con la minería. Parecen ser óxidos (goethita), aunque no de muy buena calidad.


En la ladera de enfrente hay galería muy corta, derrumbada al poco de empezar, e indicios de una segunda galería, en la que el derrumbe aparentó ser total desde la misma entrada.
Seguimos remontando el barranco, en una zona que se estrecha tanto que se convierte en una espectacular garganta. Justo al salir nos topamos con una enorme cueva, que constituye en realidad un túnel o meandro del propio barranco, que tiene así dos trayectorias paralelas. Nos preguntamos sobre su origen, si es natural o artificial y, nuevamente, no tenemos respuestas.


Pero no acaban aquí las sorpresas. Tras pasar el túnel-cueva observamos nuevas escombreras en la ladera de la derecha. Ascendemos por ella y, lo que nos encontramos encima de ellas son dos enormes cuevas, comunicadas subterráneamente. En esta ocasión la balanza de nuestra opinión se inclina al carácter artificial de las mismas, bien desde el principio, o bien aprovechando alguna cueva natural preexistente. Pero no hay ni rastro de filones o masas de mineral que pudieran interesar a los mineros que las excavaron. Creemos ver en una pared signos de picadas, alineadas de forma paralela, pero más largas de lo que cabría suponer, y formando curvas. La frustración ante el desconocimiento de su naturaleza alcanza ya niveles inasumibles por nuestra parte.


Decidimos volver por lo que parece un camino bien trazado, con restos de un murete para consolidarlo en la parte más inclinada de la ladera. El solo hecho de que aún se conservara nos induce a pensar que, esta vez sí, podríamos atribuirle una datación entre finales del XIX y mediados del XX. Pero, a estas alturas, ya no confiamos en aventurar nada.

El camino nos lleva a una loma desde la que se divisa la aldea, evitando tener que regresar por el mismo barranco. Sin embargo, la despedida tenía que ser digna de los enigmas que habíamos dejado atrás, y lo es en forma de un pozo de forma casi circular y de unos ocho metros de diámetro. La profundidad puede ser de unos diez metros, pero posiblemente fuera mayor, ya que el fondo parece tapado por hundimientos. Ni por sus dimensiones ni por su tipología, lo que vemos se corresponde con nada de lo que estamos acostumbrados a ver en minas a lo largo de toda la provincia. Impotentes y agotados, regresamos al Camino Real y nos consolamos visitando la muy cercana y fantasmagórica estación de cruce de Las Manchegas, de la línea férrea Linares-Almería.
Finalizada la frustrante visita de campo, nos adentramos en un terreno aún más proceloso, el de la documentación histórica, que si bien no nos va a dar respuestas, sí puede brindar alguna pista, de la que otros investigadores puedan tirar en el futuro.
La referencia más antigua que hemos encontrado es la alusión en el diccionario geográfico de Madoz, en torno a la década de 1840, y dentro del municipio de Alboloduy, de un fábrica de alumbre. Aunque no la sitúa en la Gebera, sino en las Alcubillas, pensamos que podría tratarse de las grandes escombreras de mineral tratado, pues en aquella época la población cercana más relevante sería precisamente las Alcubillas, siendo la Gebera poco más que un paraje. Para apoyar esta teoría damos un salto en la Historia y nos vamos a 1945, cuando se registra el Permiso de Investigación “Conchita”, para mineral de jeve. Jeve o gebe es un término que se asocia al de alumbre, y la ubicación de las labores de dicho registro es el mismo barranco de la Gebera, junto al cortijo Escribano. En la memoria que consta en el expediente administrativo se alude a la existencia de dos galerías antiguas, de unos 20 metros de longitud, que se pretendía unir mediante una trancada y prolongar en busca de sulfato de hierro. Hay que decir que una variedad de alumbre es el férrico, que no contiene aluminio, sino potasio o sodio.
Volviendo atrás, entre finales del XIX y finales del XX consta la existencia de varias concesiones mineras para extracción de hierro en el paraje de la Gebera. Una de ellas, la mina “Varios Amigos” se expidió a nombre de Francisco Ibáñez Escribano en 1892. Estimamos posible que las ruinas que vimos se traten del Cortijo Escribano, y que correspondiesen a este mina decimonónica, posteriormente reactivada en tiempos de la autarquía.
Si centramos la cuestión en torno al alumbre, y partimos de la hipótesis de que en la época de Madoz ya había una fábrica de este producto, cabe especular con que esta instalación, y las labores de extracción del género con el que trabajaba, se remontarían a la época preindustrial, antes de la eclosión de la minería tras la liberalización de 1820. Ello explicaría el que los restos encontrados no sigan el patrón al que estamos acostumbrados.
Sirva este trabajo para despertar el interés de algún investigador en el futuro, lo que a buen seguro sucederá.

MINAS DE GÉRGAL. LA EFICIENCIA Y FLEXIBILIDAD BRITÁNICAS, RESPUESTAS A UN ENIGMA HISTÓRICO

En la cuarta visita a las minas de Gérgal, todo cobra finalmente sentido. Y no hay satisfacción comparable a la la comprensión de aquello que se nos resistía.
Habíamos empezado esta serie de excursiones en la zona de Los Malagueños, donde se ubicaba la central eléctrica y estación de ángulo del cable. Proseguimos por el Cerro Soria, y su cadena de labores a cielo abierto. Más tarde, nos centramos en las instalaciones al pie del Barranco de la Val, y sus sugerentes ruinas. Sin embargo, del estudio de la documentación disponible, algo seguía sin encajar.
Conocíamos el proyecto original del Cable Aéreo, de 1901, una auténtica joya documental, incluyendo memoria y planos, que diseñaban la instalación como dos tramos largos, formando un ángulo en Los Malagueños, y terminando en lo más alto de Cerro Enmedio. Antes de llegar a esta estación de carga, existiría una estación intermedia de empalme, de la que saldría un corto ramal descendente hasta el fondo del barranco de la Val. No obstante, de su comparación con la realidad de los escenarios actuales planteaba intrigantes discrepancias.
Lo más sorprendente era lo que no aparecía en el proyecto y sí se mostraba ante nosotros, la imponente “tolva de los dos túneles” en el barranco de los Atajos. Entonces, ¿cómo salía el mineral de hierro de aquella garganta tan abrupta e inaccesible? Sobre el terreno, habíamos tratado de localizar la posible existencia de una vía minera descendente desde ahí hasta la tolva del Barranco de la Val, pero la gran pendiente pedregosa y descarnada del terreno no parecía acompañar esta suposición. Acompañados de José Antonio Gómez Martínez y José Vicente Coves Navarro, autores de la magna obra Trenes, Cables y Minas de Almería, fue su gran experiencia y sagacidad lo que nos hizo ver que, por descarte de las otras alternativas, la única salida posible del mineral era a través de un cable aéreo.
Cuando parecíamos abocados a un callejón sin salida, un hecho fortuito vino a aclarar una parte del enigma, a la vez que se abrían nuevas incógnitas. De una forma un tanto rocambolesca conseguimos un plano original, en papel vegetal, de las minas de Gérgal, datado en 1933. Para entonces, el cable aéreo hacía muchos años que había dejado de funcionar, pero milagrosamente habría debido mantenerse en pie, porque el plano recoge su trazado…o, al menos, uno de “sus” trazados. En comparación con el plano original, a partir de la estación de empalme desaparece el tramo principal. Por el contrario, a partir del ramal a Cerro Soria, se añade un tramo nuevo, y desconocido en la documentación, que acaba en “Cerro de Enmedio”. Justamente se trata de la tolva de los túneles.
Un misterio aclarado. No existía vía minera descendente alguna, sino un cable aéreo, tal y como vaticinaban Gómez y Coves.
Entonces, ¿qué sucedió con el trazado originalmente previsto? ¿Se ejecutó la obra de una forma diferente? ¿Llegó a funcionar el último tramo?
Para responder a esta y otras cuestiones relacionadas, decidimos atacar el coto desde su parte más alta. En el punto donde la carretera de Bacares se cruza con el cortafuegos, dejamos el vehículo, y bajamos ciñéndonos lo más posible al barranco del Atajo. Lo primero que nos encontramos son varias labores colosales a cielo abierto. Estas fueron las primeras labores acometidas por Soria Mining. Al poco de empezar el barranco localizamos la traza, perfectamente transitable, de la vía minera principal, que va a ser el hilo conductor de esta parte del coto. A ambos lados del cauce se suceden las rozas, de mayor o menor tamaño. Los restos de un pequeño estribo de piedras, nos sugieren la existencia de un primer puente sobre el barranco. Bajamos por la vía minera y nos topamos con el hueco de lo que había sido un gigantesco filón, siguiendo la altura de toda la montaña. Gérgal y Olula de Castro son las únicas excepciones, en toda la provincia de Almería, en que el hierro no se presenta en bolsadas, sino en filones y este, en particular, debió ser de los más importantes.

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Muy cerca, aparecen los restos de otro puente, pero este de unas dimensiones bastante considerables, y al que únicamente falta la parte metálica central. La vía seguía en la misma vertiente oriental del barranco, pero el puente se construyó para salvar otro cauce afluente de este.

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Inspeccionamos las labores sobre otro filón, que comienzan en superficie hasta hacerse subterráneas, y nos maravillamos con la soberbia trinchera en curva que hacía la vía minera ciñéndose al perfil de la montaña para que el descenso de las vagonetas fuese en todo momento suave.

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Por un momento perdemos la traza de la vía, a causa de las labores de repoblación forestal, pero pronto la recuperamos. Y lo hacemos por todo lo alto, en el momento de llegar a nuestro destino, la tolva de la estación de carga y punto de inicio del cable aéreo en el proyecto original. A ambos lados de la tolva, que sigue un patrón constructivo de extraordinaria simplicidad y adaptación al relieve, se esparcen inequívocos restos de mineral de hierro, acopios o descartes de una actividad que cesó hace ya cerca de un siglo.

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Desde lo alto de la loma de la estación de carga, contemplando todos los cotos mineros a simple vista, la esquiva solución a las cuestiones planteadas se nos hace al fin más que evidente. El proyecto original del Cable Aéreo sí llegó a ejecutarse, y a funcionar. Desde las grandes labores a cielo abierto el mineral bajaba por la vía minera hasta el inicio del cable, y de ahí hasta la estación de Cruz de Mayo, en el pueblo de Gérgal, tras recoger el ramal de Cerro Soria, y el de la estación intermedia de Malagueños.

En un momento posterior, las labores a cielo abierto del Cerro Enmedio se agotaron, y hubo de continuar debajo de tierra. Elevar el mineral hasta la infraestructura de transporte existente sería demasiado gravoso, por lo que la compañía británica optó por cambiar de estrategia. Se construyó la Galería Sir Thomas (que, tras una visita anterior, volvemos a recorrer), que comunicaba todas las labores activas. Justo a la salida de la misma, esta nueva vía cruzaba el barranco y llegaba a la gran tolva de los túneles, de nueva construcción y, de ahí, enlazaría con la antigua estación de Cerro Soria.

Previsiblemente, el nuevo tramo de cable no sería otro que el que se desmantelaría entre la estación de empalme y la estación de carga de la cima de la montaña.

50 años después, vuelve a sonar la campana en el Pozo del Carmen

Habiendo nacido en 1943 en el Cortijo La Granaína, junto al Pozo del Carmen, la vida de Juan López no podía girar sino en torno a las minas. Cerca de veinte años trabajando en galerías, pozos y lavaderos de Fondón, Berja y Laujar lo convierten en un libro abierto sobre la historia de la minería almeriense del siglo XX.
 
Damos con él de forma casual, tras introducirnos subrepticiamente en su finca para fotografiar el majestuoso castillete metálico de la Mina La Granaína, en las cercanías de Fondón. En lugar de reprendernos, Juan nos acoge amablemente, y nos deleita con una visita guiada por todos los rincones de esta singular mina de plomo. Una hora con un minero de los de verdad nos aporta más información que mil expedientes administrativos de minas.
 

Al pie del castillete, nos explica que el pozo maestro tiene una profundidad de unos 120 metros, con dos galerías perpendiculares en sendos pisos. El segundo piso está totalmente inundado, según un estudio de de la Agencia del Agua, hasta aproximadamente los 100 metros. Las labores buscaban siempre la dirección sureste, y las cavidades que se horadaban en busca de la galena eran gigantescas, al punto de que las luces de los carburos no llegaban a los techos.

 
Varias empresas se sucedieron entre los años 50 y 60, siendo la última la cántabra Leopoldo Bárcenas S.A., hasta su cierre definitivo hacia 1966. El mineral extraído, galena, se enviaba, en un primer momento, hasta el lavadero de la Solana de Almócita. Al cerrar este, pasó a utilizarse el de Martos, en Laujar de Andarax, para acabar finalmente llevándolo al gigantesco lavadero del Segundo, en Berja.
 
La forma de prolongar un frente de extracción era la usual de abrir agujeros con una barrena, e introducir los explosivos (“la pega”). Se solía hacer a eso de las 14:30, cerca del fin de la jornada laboral, dejando un día de margen para volver a entrar en la mina, por cuestión de seguridad.
 
Era el turno de los picadores, para desmenuzar los grandes bloques de piedra. Se usaban martillos que funcionaban con aire comprimido, cargando el material extraído en vagonetas, que subían al exterior por una de las dos jaulas, que funcionaban por oposición (una subía, mientras la otra bajaba a la par). Los estériles se arrojaban por una vía en dirección norte, y el mineral se cargaba en camiones.
 
Hoy en día sigue sumergida, al fondo del pozo, la bomba de achique de agua. Una tubería la canalizaba para permitir el riego de bancales cercanos. Al parecer, la calidad de la misma era excepcional, a pesar de circular a través de depósitos de un metal pesado.
 
Cuando fallaba el motor, los mineros tenían que salir por una boca alternativa que había hacia el sur, hoy derrumbada. Juan no recuerda accidentes graves, con excepción de la fractura de la pierna de un minero al que le cayó encima una piedra de grandes dimensiones.
 
El castillete es formidable, el único que se conserva íntegro en toda la provincia de Almería. Escuchando las explicaciones de Juan, no cuesta trabajo escuchar con la imaginación el ruido de los engranajes y las poleas funcionando como si nunca se hubiesen detenido. La casa de motores guarda toda la maquinaria, milagrosamente salvada del chatarrero. Juan nos explica cómo funcionaba el freno, y nos enseña los dos generadores de aire comprimido, el segundo de los cuales nunca llegó a funcionar. Peor suerte ha corrido la caseta de control, hoy totalmente desprovista del panel de instrumentos.
 
La memoria de Juan se ensancha cuando le nombramos minas míticas de la Sierra de Gádor, y nos confirma que él trabajó dentro de la Mina La Tolva de Laujar o del Pozo Lupión de Berja. Sus ojos brillan de emoción cuando le mostramos fotos de nuestra visita a La Tolva, hoy en un estado deplorable y más que peligroso.
 
Antes de marcharnos, nos indica la situación de minas cercanas, como el Pozo Patrocinio o la llamada Mina del Instituto. Pero lo mejor estaba por llegar. Tras explicarnos el código de comunicación entre el interior y el exterior de la mina, por medio de una especie de campana metálica, Juan efectúa una demostración práctica del mismo, que no dudamos en inmortalizar. Con la carne de gallina, nos despedimos con un abrazo y resistiéndonos a pensar que nos habíamos encontrado con Juan solo por casualidad.

 

Una báscula de Birmingham, dos tolvas «fantasmas» y el Coloso de Bayarque…

A espaldas de Calar Alto, entre bosques de pinos y encinas, esconden sus secretos algunas de las minas de hierro más productivas de Almería.

El paraje del Cortijuelo, en Bacares, da nombre a un cable aéreo que llevaba las vagonetas de mineral hasta el cargadero de la estación de Serón, en la línea de ferrocarril de Lorca a Baza y Águilas, el mítico Great Southern of Spain Railway (GSSR). La zona del viejo poblado minero y las casas de la compañía The Bacares Iron Ore Mines Ltd. son bien conocidas. Allí confluían vías desde las minas Beltraneja y Grajas, con labores de excepcional belleza, aunque peligrosas.

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Sin embargo, el cable tenía su extremo más lejos, hacia el sur, recogiendo mineral de otros dos grupos mineros de los que no existía ninguna referencia gráfica, y solo alguna vaga referencia escrita. Para ello hay que remontar un tramo muy abrupto de sierra. El primer grupo es el de San Ignacio, con su tolva de piedra que casi pareciera estar  recién construida. Una vía minera debía unirla con varias galerías que hay en sus inmediaciones.

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Un kilómetro más allá, en el fondo del Barranco de la Huertezuela encontramos semioculta por los pinos la no menos monumental tolva de la Mina Francia. Al ser punto final del recorrido de las vagonetas, estas efectuaban allí el bucle de retorno, pudiendo observar la forma del mismo en el gran muro adosado a la tolva. Aquí no hay galerías, sino un gigantesco tajo a cielo abierto. Una cicatriz en la montaña que en su momento alojó un gran filón de óxidos de hierro, ya totalmente extraídos.

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Al otro lado del imponente Cerro del Layón, en el barranco del mismo nombre, visitamos la cantera que constituye las labores de la mina Gran Coloso, calificativo que no puede resultar más acertado a la vista de sus dimensiones. Nos encontramos ya en el término de Bayarque, y el fondo del barranco nos ofrece la vista de preciosas alamedas y un riachuelo de aguas cristalinas. Por medio de dos planos inclinados, el mineral bajaba hasta una tolva de carga, desde donde partía un cable aéreo hasta un cargadero situado cerca de la Estación del ferrocarril de Tíjola. El primer tramo del cable era común con el que procedía de las minas de Cuevas Negras. De hecho, el de Gran Coloso era el mismo que el de Cuevas Negras, del que se desmontó un tramo cuando se agotaron dichas minas. De las dimensiones colosales de la cantera habla que se extrajeron un total de 166.000 toneladas de mineral de hierro.

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En algún punto de estos grupos mineros, que no vamos a desvelar para evitar el expolio por parte de desaprensivos, hemos encontrado los restos metálicos de una vieja báscula minera. Por encima de ella pasaban las vagonetas cargadas de mineral, y se calculaba su peso. Se trata de una gran plancha, seguramente cortada a la mitad cuando se desguazaron las instalaciones. La marca del fabricante aparece en relieve, y es W&T Avery, de Birmingham. Una extraordinaria muestra de patrimonio industrial, que ojalá algún día pudiese ser rescatada y exhibida en un Museo del Ferrocarril y la Minería en Almería.

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Coto minero Los Malagueños (Gérgal)

Al norte del pueblo de Gérgal, cerca de la aldea de Las Aneas, se encuentra el coto minero Los Malagueños, uno de los tres principales que se explotaron desde finales del siglo XIX en el municipio, junto con el de Cerro Soria y Cerro de Enmedio.

De todos ellos, el de Malagueños fue el menos importante, y de vida más efímera, solamente entre 1897 y 1910, pese a lo cual aún hoy encontramos restos identificables de la explotación minera.

 

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Gestionado por la compañía El Salobral, radicada en Cádiz, consistía básicamente en la extracción del mineral de hierro de un filón de unos dos metros de potencia, que desde la Rambla del Manco ascendía en dirección Sureste-Noroeste, atravesando las concesiones Malagueños, su Demasía y La Fe.
En un primer momento se atacó el filón desde la galería San José, a unos 970 metros de altitud sobre el nivel del mar, cuya entrada no hemos podido localizar, previsiblemente a causa de alguno de los numerosos derrumbes. No obstante, también debió explotarse el filón a cielo abierto, pues los tajos son de bastante consideración, ofreciéndonos espectaculares paredes repletas de goethita irisida (óxidos de hierro).
Conforme se iba descendiendo, se construyó otra galería, llamada de la Báscula, a unos 936 metros de altitud, que sí hemos conseguido localizar, aunque se encuentra enrejada, siendo propiedad particular.
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Será en estos niveles inferiores en los que comencemos a identificar otros restos de interés. El nombre de la galería de la Báscula obedece a una pequeña construcción que nos encontramos justo al borde del camino, y que presenta los huecos de dos puertas enfrentadas entre sí. Era la báscula por la que entraban y salían las vagonetas, pesándose el mineral.
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Más abajo, justo en el cruce de la rambla con el camino se encontraba la estación de ángulo del Cable Aéreo de Gérgal. Este fue proyectado en 1900, por la sociedad inglesa The Gergal Railway and Mines Co. Ltd., de Thomas Morell, con un recorrido de unos 4 kilómetros entre la estación de Cruz de Mayo, en las afueras de Gérgal pueblo, y la tolva de carga de Cerro de Enmedio, con un ramal a Cerro Soria. El mineral que llegaba a Cruz de Mayo era volcado a un ferrocarril de vía estrecha de unos 7 kilómetros de recorrido, que terminaba en la Estación de Gérgal, de la línea general de vía ancha de Linares a Almería.
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El cable no era especialmente sofisticado, y la estación de ángulo de Malagueños era de madera y de hierro, por lo que no ha quedado nada identificable de ella. Sí quedan las ruinas de la casa de máquinas, que estaba justamente adosada a ella. A lo lejos, en dirección este, vemos la formidable trinchera que cortaba uno de los cerros que se interponían en el camino del cable hasta Cerro de Enmedio.
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Ya casi agotado el filón, la compañía se encontró con un nuevo problema, el afloramiento de agua en las galerías. Por ello, construyó pozos de desagüe, llegando a construir incluso una central eléctrica. Estimamos que la gran galería inclinada que hay en el lado norte de la rambla, perfectamente enlucida, era uno de estos desagües. Frente a ella hay una gran tolva doble, de origen incierto, aunque el remate de ladrillos modernos nos sugiere una construcción o aprovechamiento muy posterior, quizás en los años 50 del siglo XX.
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Goethita irisada (óxido de hierro). Filón del Coto Malagueños (Gérgal)